Honorable ofrenda para mi Señora Wee Jas

Al termino del noveno día, cuando cayó derrotado el ser Celestial, extrañas filosofías cruzaban por mi mente en cada momento, diferentes perspectivas hacia mis compañeros se fueron moldeando paso a paso, hombro a hombro, esta experiencia no la había sentido nunca. Sin embargo, es muy agotador tratar de luchar por algo que crees que quieres y cuando te enfrentas a la realidad, simplemente no la puedes asimilar, eso me pasó cuando descubrí mi oponente en el coliseo, o debo decir, en platillo principal para el público presente.

Lilith me trató como alguien más, como un simple ser, sin nada que pedir, sin nada que dar. Sentí como sus palabras y su indiferencia ganaban la batalla antes de que ésta iniciara. El primer ataque comprobó mis sospechas, no había lugar para mi en su corazón, nunca lo hubo. Decidí pelear por honor, si es que me quedaba algo, y así poco a poco perdí la esperanza de caminar a su lado por la eternidad, mientras trataba de controlar los efectos del hechizo recibido, aprendí que uno mismo forja su camino no importando que es lo que te impulsa a recorrerlo.

La noche era larga, había mucho que planear para nuestra batalla final y para salir de una vez por todas de este maldito templo de enanos, y es ahí, donde apareciste tú, con tú manto negro como mi suerte reposando tu esbelta figura en esa silla adornada por calaveras y huesos, tú simplemente tú, con la excusa de siempre te presentas en mi sueños para darme una lección, tal vez la mas importante de mi vida. Reconozco que no he acatado tus órdenes como se debe, reconozco que no he sido el mejor de tus seguidores, al menos no por ahora.

Intente ferozmente darte placer como me lo pediste, me aseguré de que a partir de ese momento seguiría al pié de la letra nuestro trato. De haberte defraudado te hubiera perdido a ti también y no creo haber soportado una decepción más en mi vida, así que me aferré a ti, como último recurso ó espontáneamente, como tu quieras me aferré, y en el pecado llevo la penitencia.

El titán destruyó el templo, para dar paso a una imponente estructura que jamás había visto y entonces comenzó la batalla, no pude ayudar a mis compañeros ya que tenia que jugar bien mis cartas, no podía recibir un ataque porque no lo resistiría, poco a poco fuimos encontrando la manera de hacerle daño, inclusive, Hork y Vicendithas me sorprendieron cuando utilizaron nuevas habilidades, de pronto la batalla estaba en su recta final, había caído Irland, era casi imposible tratar de salvarle la vida ya que yacía muy cerca del titán, solo un movimiento suicida, heroico podría ayudarle y fue entonces cuando recibí el apoyo divino de mi Santa Patrona Guardiana de la Muerte, literalmente le di alas a Elena para que pudiera llegar lo más rápido posible al hombre caído, lamentablemente no fue suficiente y lo perdimos para siempre. Me tocó dar la estocada final como muchos de los enfrentamientos que tuvimos en estos diez días y así, salimos victoriosos.

Lo sorprendente viene al final, cuando un extraño ataque de adrenalina nos invade a todos por igual, mientras que Seiren ataca a Adam aniquilandolo por completo y Yo respondo la ofensiva, debo reconocer que estuve a punto de calcinar a Seiren, y sabía muy bien que si lo hacía difícilmente podría regresar a la vida, así que decidí solo debilitarla para detener esta locura, al momento que termino mi conjuro, me encuentro rodeado por enredaderas que no puedo sortear, mientras recibo el ataque sorpresivo y sin sentido de Hork, lástima era un buen elemento. Vicendithas contaba con la mejor perspectiva así que decidió ponerle fin a esta batalla insana, con fuerte determinación y con gran valentía con un solo movimiento derrumbo a Hork y a Seiren, mi conciencia me había abandonado, la ira corría por mis venas y la magia brotó por fuerza misma, se concentra y se abalanza en contra de hork, no podía darle oportunidad a que se levantara, era Él o Yo. Así se convirtió en mi segunda ofrenda del día.